jueves, 26 de mayo de 2011

La vajilla de la tieta Concepció

La casa de la tieta Concepció ya había salido varias veces a la palestra como posible escenario de un restaurante, una casa de turismo rural o ambas cosas. La sugerencia latente detrás de esa propuesta –que hasta el mismo Antonio, que era quien la hacía, consideraba retórica– era la de siempre: ¿Por qué no montas un restaurante?
El otro fin de semana, al volver a Maspujols, tuve noticia de que la casa de la tieta ya estaba vendida y de que los nuevos propietarios no tardarían en comenzar las obras. Noemí quería echar un vistazo a las alacenas, por si había alguna pieza de la vajilla que pudiéramos aprovechar para casa: salvamos media docena de servicios de café –todos de madres diferentes-, una lechera, una docena de platos –entre hondos y planos- decorados con una rosa en el borde y una sopera a la que redimimos in extremis.  
En el mueble de la despensa, entre el servicio de los días de diario, de Duralex verde, aparecieron once platos de aperitivo de cristal blanco con forma de pez –el que completa la docena es azulado- y una antigua báscula Jenny. No es probable que la casa de la tieta Concepció acabe siendo un restaurante pero, al menos, sobre una parte de su ajuar, volverá a sonar el tintineo de los tenedores.

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