Nosotros lo hemos vivido con sentimientos a dos tiempos: violento en el primero –a punto hemos estado de salir corriendo al café de al lado-, liberador en el segundo, con ganas de agarrar la maza y unirnos a la orgía destructiva.
En el barrio había más curiosidad que conmoción. Otros -no pocos- lo han vivido como una oportunidad: a las once de la mañana la calle Bruc estaba atascada de chatarreros arrogándose los derechos para cargar con los restos de acero inoxidable de la barra y los cajones del café.
«Esto es de ahora», nos dice Artur, el contratista: «Antes había que pagar para que se lo llevaran». Hay, en los últimos años, quien ha pasado de vivir a malvivir en el tiempo que ha tardado en caer nuestra barra. Ojalá diera la vuelta la tortilla en el tiempo en que los obreros han levantado la barra, de nuevo.
Uf!que fuerte!!que rápido va todo!!ánimo!!
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